Aquelarre similar
   no hubo en Donostia.
El llanto silente
 de niños eternos.
Canto
     dado,
         piso.
Piso
    el aire ficticio,
                 tan gélido.
Pitayas,
 enahuas,
 crisálidas,
 cantera...
  Cantera verde,
    como las biznagas...
         Milenarias.
Rodaron pues,
 azotadores.
No cesaron,
  sus navajas;
   y sus ojos,
    me miraban.
Sollozaban,
 canturreaban y reían,
    soslayaban
    susurraban.
El aire,
 que es parte de tu trópico
      se hundía...
En las entrañas
 más heladas
te curtías.
Respe Coatli
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